Trotamundos.
Viajar no es tan sólo moverse en el espacio. Más que eso, es acomodar el espíritu, predisponer el alma y aprender de nuevo. Ortega y Gasset

África será siempre la de la época de los mapas de la era victoriana, el inexplorado continente vacío con la forma de un corazón humano

Graham Greene

La web para los que viajan sin prisa
África en el Corazón

Parque Nacional del Kilimanjaro


Kilimanjaro es un nombre mítico, forma parte de ese pequeño grupo de lugares que su sola mención despierta en el oyente imágenes de leyendas, mitos y aventuras, como pueden ser Samarkanda, Ghoa, y Zanzíbar. El propio origen de su nombre es muy incierto; a mí me gusta uno que lo asocia a las palabras Kilima, del swahili montaña, y njaro, el demonio productor del frío, descripción que le encaja como un guante. Otras fuentes citan el nombre en Masai de Ngàje Ngài, que significa La Casa de Dios.

Todos estos pensamientos y muchos más se agolpan en mi cabeza cuando me dirijo al Hotel Norlfolk, vestigio viviente del brillante pasado colonial de Kenya, inaugurado en 1904, y que ha sido testigo de la puesta de largo de varias generaciones de clases altas de Nairobi. Aunque ha sido remodelado recientemente, rezuma decadencia por todos sus costados. De aquí parte mi shuttle, como les encanta llamarles a la gente, y que no es más que una furgoneta de las miles que pululan por África, adaptada al transporte de viajeros. Con una puntualidad casi británica, a las 8 a.m. nos ponemos en camino, el recorrido es largo, unos 450 km., e incluye un visado más a añadir a mi abigarrado pasaporte. Llegamos a la frontera sobre las 11 a.m., y mi sorpresa es cuando al dirigirme hacia la cabaña de control de pasaportes veo un camión muy parecido al que me sirvió de hogar durante las 2 últimas semanas, que digo parecido, es idéntico, ¡ es mi camión!; me dirijo raudo hacia él, pero ya ha arrancado y está penetrando en Tanzania; que pena, me apetecía ver que nuevo grupo iba, saber hacia donde se dirigían, y charlar un rato con Greg y Kate, nuestros guías, aunque es posible que no fueran ellos, espero que tengan unos días de descanso después del agotador viaje a los gorilas de Virunga.

El trámite fronterizo es bastante rápido, a pesar de la enorme cantidad de gente que por allí se mueve; debe ser una frontera con bastante movimiento, donde se observan perfectamente todos los males que puede provocar un crecimiento descontrolado del número de turistas y viajeros que en los últimos años, sobre todo desde el éxito de la película Memorias de África, se ha producido en Kenya. Por todas partes se pueden ver Masais, esa tribu de cuerpos hermosos y atléticos que en mis recuerdos de niñez siempre estará asociada a guerreros cazando un león con sus manos y danzas con saltos hacia el cielo, agolpados ahora sobre los vehículos queriendo vender sus collares y abalorios, además de cobrar por dejarse hacer fotografías. "Dónde está el orgullo Masai, que se enfrentó durante siglos a cualquiera que invadiera sus territorios, y puso en jaque varias veces a la administración británica". El destino de los Masai parece orientado a su confinación en una reserva, como las de los pocos indios norteamericanos que quedan, fichando de 9 a 5 para su exhibición frente a los turistas. Uno, que intenta ser más un viajero que un turista, no deja de pensar que, aunque no buscado, es irremediable el daño que hacemos por donde pasamos.

Ernest Hemingway, en su espléndido relato Las Nieves del Kilimanjaro, cuenta que "cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas". Es una más de las miles de leyendas que se cuentan sobre el Kili y que lo han hecho tan famoso. La segunda parte de nuestro recorrido nos lleva a Arusha, ciudad de paso e importante ruta comercial, que se refleja en la multitud de tiendas que recorren sus calles principales; cerca está también el Aeropuerto Internacional del Kilimanjaro, y aunque uno no se cree ya nada sobre las denominaciones de los sitios, se sorprenderá días después de su limpieza y comodidad. Una breve parada en Arusha para subida y bajada de viajeros, y a mi lado se sienta una mujer rubia, de tez muy pálida y aspecto nórdico, que confirma cuando empezamos a hablar y me dice que es danesa; aunque a mí me interesa más hablar con la gente local en cuanto llego a un sitio, la historia de Erika, que así se llama nuestra danesa, suena interesante, ya que trabaja para la ONU en Nairobi desde hace 4 años como colaboradora externa, y cada 3 meses tiene que salir del país para renovar su visado. Amparada en su condición de simple colaboradora y no de funcionaria de élite me cuenta esas historias que nunca se publican en los medios de comunicación, y que te hacen ver las cosas de una manera diferente sin el filtro de los gobiernos y los media. Aunque no es este el sitio más adecuado para exponerlas, sus narraciones sobre las corruptelas de los gobiernos de Zaire, Tanzania y Kenya en torno a los refugiados de Ruanda y Burundi te estremecen cuando piensas que están jugando con vidas humanas, no unas decenas, si no miles, millones de personas que de repente se ven obligadas a dejar sus hogares, deambular cientos de kilómetros en unas condiciones penosas, morir muchas veces tirados en una cuneta, o malvivir en un campo de refugiados donde sus esperanzas se apagan lentamente; esa es la moneda de cambio que utilizan los gobiernos para obtener mas fondos de la ONU y otras organizaciones, que sirven en gran parte para mantener las prebendas de los altos funcionarios, tales como coches y casas de lujo, viajes en aviones privados, etcétera, etcétera; por suerte, la otra cara de la moneda también se encuentra en África, como podré comprobar ese mismo día.

La llegada a Moshi, la ciudad más cercana al Kili, a unos 50 km. y centro de partida de la mayoría de las expediciones, me hace retornar a la realidad después de los pensamientos que antes he plasmado en papel, me despido de mi amiga Erika (es increíble en África lo rápido que puedes intimar con la gente, estás de paso, seguramente no volverás a verles nunca más, y por ello todo el mundo se abre más fácilmente) deseándole suerte, y, una vez he dejado el equipaje en el guest house donde me alojo, parto a la contratación de mi trekking al Kili.

Desde la creación del Parque Nacional del Kilimanjaro en 1973, el acceso de visitantes está muy limitado en cantidad y en libertad de movimientos, ya que es obligatoria la contratación de guías y porteadores, además del pago de las tarifas de entrada al parque, alojamiento y manutención en los refugios, y, por último, tasa de rescate, algo cuyo sólo nombre te inquieta. Los precios varían mucho en función de la época del año en que se sube, básicamente por el equilibro de oferta y demanda entre visitantes y guías y porteadores. Por la cantidad de gente que parece vivir de esto, el ascenso al Kili debe ser una de las fuentes de divisas más importante de Tanzania. Después de unas cuantas vueltas, me decido por una tarifa intermedia, 500 dólares, entre los 400 y 700 que me han llegado a pedir. El resto de la tarde la paso deambulando por las calles y los comercios, donde se puede comprar o alquilar todo el material de escalada imaginable. Cuando la reina Victoria de Inglaterra se repartió el control de Africa Oriental con los alemanes, el Kilimanjaro quedaba en Kenya, pero la reina, en un acto de generosidad que sólo los dueños del mundo pueden hacer, modificó los acuerdos y le regaló a su nieto, el Kaiser Wilhelm, el Kilimanjaro como presente de cumpleaños. En ese momento no se le ocurrió pensar que estaba perdiendo una fuente de ingresos muy importante, algo que no se les suele pasar por alto a los británicos en cualquier parte del mundo en que se hayan asentado.

Mi retorno al atardecer al guest house casa donde me alojo me depara una sorpresa, ya que las nubes que cubrían el cielo se han despejado, y allí al lado, a 50 km., pero tan cerca como si lo pudieras tocar debido a su impresionante tamaño, está el Kilimanjaro, Kili para los amigos; viéndolo así, con los últimos rayos de sol brillando en su casquete de nieves eternas, parece una montaña acogedora, casi amiga, y no ese portento de la naturaleza, en el que te enfrentas a los cambios de temperatura más bruscos, desde +30º hasta -20º, que te podría engullir en sus glaciares de 100 metros de altura sin que nunca nadie volviera a saber de ti.

Mientras lo observo extasiado, el resto de alojados en el guest house salen al jardín, y por las expresiones de sus rostros, parece como si mis pensamientos se repitieran clónicamente en sus cabezas. Nos presentamos, y descubro que 4 británicos serán mis compañeros en los próximos días, hasta mitad de recorrido, mientras que un holandés llamado Enck que había aterrizado el mismo día en vuelo directo desde Amsterdam, sí será mi compañero hasta la cumbre, o casi. El grupo lo completa un belga llamado Pierre, que después de la cena, y en animada charla, nos comenta que trabaja en Nairobi para "Medecins sans Frontiers", la organización madre de Médicos sin Fronteras, sección española de esta ONG internacional, que está siempre donde se produce cualquier tragedia humanitaria; su relato sobre como están organizados, la precariedad de sus trabajos y condiciones contrastan profundamente con lo que me había contado Erika sobre la ONU, ya que en su caso prácticamente todo el mundo tiene contratos temporales con sueldos simplemente dignos, y los gastos fijos burocráticos son mínimos; le comento mi conversación con Erika y su respuesta es que la ONU es necesaria porque es la única organización que tiene la fuerza suficiente para presionar a gobiernos corruptos como el de Zaire para dar permisos de aterrizaje a aviones o convoyes con ayuda humanitaria de ONG`s, que en otro caso se quedarían en sus sitios de origen, o lo que es peor serían saqueados por los propios soldados que teóricamente deberían protegerles. Con esta visión de las 2 caras de la moneda, uno se queda con la impresión de que sólo el 10% de lo que se envía como ayuda a estos países llega a su destino, pero que en todo caso es mucho mejor que nada.

Me despierto a las 4 a.m., y la excitación de mi próxima aventura me impide continuar el reposo; me asomo por la ventana para asegurarme que el Kilimanjaro sigue ahí, recortándose fantasmagórico bajo la luz de una luna creciente que será llena cuando acometa la última escalada nocturna al Uhuru a casi 6.000 metros, que es la cima del Kibo, uno de los 3 volcanes que componen el Kili, con el Mawenzi y el Shira. Aunque no están extintos y aún se pueden ver y oler las fumarolas de azufre, la última erupción registrada data de hace 200 años, por lo que espero que no se le ocurra despertar ahora, bastante voy a tener con llegar hasta la cima.

Con las primeras luces de la mañana desayunamos fuerte porque la alimentación es clave para el éxito en la subida; se recomienda consumir al menos 4.000 calorías por día, y beber unos 4 litros de agua, algo que poca gente hace por las dificultades en trasladar toda la comida y el agua, pero que es básico para evitar "pájaras". Nos ubicamos en la furgoneta que nos llevará a la entrada del parque, situada a 2.000 de altitud y que supone el comienzo del ascenso; pienso que nos hemos ya ahorrado esos 2.000 metros de subida, por lo que la cima está mucho más cerca, son técnicas de autosugestión que no sé si funcionan, pero al menos la moral está muy alta La entrada al parque se llama Marangu, también el nombre de la ruta a seguir, la más clásica y cómoda, ya que las otras obligan a pernoctar en tienda y a llevar todo el material de cocina, mientras que nosotros, burgueses asquerosos, dormiremos en refugios y la comida la elaborarán los guías; me despido de Pierre el belga, que ha elegido la ruta Mweka, una de las más difíciles, y le deseo mucha suerte. Realizo los trámites de inscripción en el libro de registro y observo que un grupo de vascos que se han registrado antes han puesto en el apartado de país, Euskadi; no esperaba encontrarme aquí con radicales vascos, me interrogo sobre el despiste de la gente que mire el libro y se pregunte qué país exótico es ese llamado Euskadi. El grupo, los 4 británicos, Enck y yo, nos juntamos con el guía y porteadores, y nos repartimos el peso; es gracioso ver como mochilas de última generación son atadas con cuerdas como vulgares fardos y llevadas sobre la cabeza como sistema más cómodo de transporte para los porteadores; ¡si supieran que alguna de esas mochilas cuesta $200!.

Un cartel nos indica los nombres de los refugios de la ruta, su altitud, y el tiempo estimado de llegada entre refugio y refugio; para este primer día la cosa parece suave porque el cartel indica 3 horas hasta Mandara, nuestra primera parada; el recorrido está perfectamente marcado y discurre en un bosque tropical, salpicado de plantaciones de café, uno de los principales productos para la economía de la zona. El grupo se estira y cada uno va a su ritmo; Enck y yo tenemos un ritmo parecido, por lo que vamos juntos, con el resultado de que llegamos al refugio en 2 horas en vez de 3; empiezo a tener la sensación de que eran un poco exagerados los comentarios sobre la dificultad del ascenso, no sabía que muy pronto me comería mis palabras "con patatitas". Esperamos al resto del grupo comiendo el lunch-pack frío que nos han dado, que consiste en una barra de chocolate, 2 huevos duros, frutos secos y zumo de naranja, caloría pura. Cuando llegan el guía y los porteadores nos invitan a un té con pastas, casualmente eran las 5 p.m. o´clock. Después del té me doy un paseo hasta el cráter Maundi, a 30 minutos del refugio y desde donde se divisa perfectamente la cima del Kili; me siento en el borde del cráter, de unos 200 m de diámetro, perfectamente esférico y cubierto de vegetación en su totalidad, buscando un poco de quietud, pero la tarea se antoja casi imposible, porque primero un grupo de japoneses sacando fotos por todas partes y luego un grupo de ". ¡catalanes!, me lo impiden; al rato consigo quedarme sólo y contemplo con arrobo el sol cayendo rápidamente sobre la cima, tan rápidamente que cuando me doy cuenta se ha hecho casi de noche, por lo que reemprendo el regreso al campamento; cuando llego los británicos ya han cenado, así que ceno sólo, el refugio, mejor dicho grupo de refugios, son cabañas de madera bastante agradables, de 4 a 12 plazas, y una cabaña común con un comedor en la planta inferior y literas para unas 40 personas en la planta superior; las actividades a realizar son muy escasas, así que a las 9 p.m. estoy en la cama, con el resultado de que a las 4 a.m. ya estoy despierto y despejado, salgo fuera y la luna casi llena ilumina de forma espectral todo el entorno; hace bastante frío y decido retornar al refugio. El amanecer muestra hermosas imágenes impresionistas entre el humo de las cabañas y la neblina que cubre la zona, parece como si los refugios fueran pasando de estado gaseoso a sólido lentamente, asomando entre los jirones de niebla.

Aunque el Kili se conoce desde la antigüedad, y ya Ptolomeo lo mencionaba en sus escritos, no fue hasta 1889 que se ascendió hasta la cima, al menos por europeos, ya que la leyenda atribuye a Menelik I, rey de Abisinia e hijo de Salomón y la reina de Saba, el ascenso hasta la cima de kibo, lugar al que fue a morir acompañado de un grupo de esclavos cargados con un fabuloso tesoro. En 1848, los científicos del Royal Geographic Society habían desacreditado al misionero suizo Johann Rebmann, que juraba haber visto una cumbre nevada muy cerca del Ecuador, algo que no entraba en sus esquemas y por tanto rechazaron de plano. El segundo día de marcha presenta el primer cambio brusco de paisaje de los varios que se sucederán en los próximos días, ya que el bosque tropical da paso a una pradera alpina muy hermosa, poblada de árboles en su parte baja, que van desapareciendo a medida que se asciende, dando paso a las lobelias y a los senecios gigantes, una especie de cactus pero que sólo tienen hojas en la parte superior, a modo de penacho, de hasta 3 metros de altura; pienso que se podría rodar sin necesidad de decorados una película de un mundo extraterrestre.

El recorrido es bastante más largo que el día anterior, además el calor aprieta y ya no tenemos la cobertura de la vegetación que nos protegía del sol; así todo, llego al refugio de Horombo, situado a 3.720 m de altitud en 3 horas y media en vez de las 5 que esperaba; me encuentro en plena forma y eso me sube la moral. Antes de llegar al refugio alcanzamos a conocer el concepto de tasa de rescate, ya que a una velocidad vertiginosa, 2 porteadores descienden con una camilla sujeta a los hombros; sólo nos da tiempo a ver que es una mujer, e increíblemente parece que va bastante segura. Con el convencimiento de que nuestra seguridad está más o menos cubierta, se vislumbra ya la llegada a Horombo. A estas horas el refugio está muy tranquilo porque todavía no han llegado ni los que han descendido ni los que ascienden desde el refugio Mandara; el hecho de haber llegado pronto me permite coger un refugio de 6 plazas para nuestro grupo, y no tener que pasar la noche en el refugio común, como la anterior, con un continuo ir y venir de gente. Espero pacientemente a que llegue mi porteador más de 3 horas, por la mañana he observado que parecía enfermo, porque a esa temprana hora ya estaba sudando como un becerro, y a su llegada con la mochila su estado es incluso peor; se lo digo al guía y su respuesta es un encogimiento de hombros, como diciendo y a mí que, si no trabaja no cobra, o sea que él es el primer interesado en seguir. Los refugios son cada vez más básicos a medida que vamos ascendiendo, y aquí no hay duchas, sólo grifos de agua y letrinas; al llegar al refugio he observado que discurre un riachuelo cerca, voy hacia él rezando para que el agua no esté muy fría, porque realmente necesito un baño; por suerte el agua está muy limpia y no demasiado fría así que me doy un super baño en pelota picada, seguido por otros que me han visto y copiado la idea.

Nuestros vecinos de refugio son el grupo de catalanes que el día anterior estaban en el cráter Maundi, charlo con ellos y me cuentan la odisea que han tenido que pasar para llegar hasta allí, porque tenían pagado desde España el viaje, y perdieron el enlace en Londres, así que unos habían volado vía El Cairo, otros por Nairobi, con el resultado de que prácticamente a todos les habían perdido el equipaje, y habían tenido que alquilar todo el equipo en Moshi; yo, que llevo 3 semanas en África viajando sin parar y no he tenido ni el más mínimo percance, cruzo mis dedos para que siga así, una situación de este tipo puede dar al traste con un viaje perfectamente planificado. Me fijo en que adosado a una de las mochilas tienen un panel solar y les pregunto si han inventado un dispositivo para desplazarse por energía solar, porque en ese caso se van a hacer millonarios; me dicen que no, pero el artilugio no deja de ser original, porque acumula electricidad durante el día, y por la noche lo conectan a un cargador de baterías de vídeo, con lo que tienen energía garantizada para todo el viaje; espero que no les llueva o esté nublado porque entonces el invento va a ser poco práctico.

A esta altitud, hemos dejado el mar de nubes por debajo, lo que hace la puesta de sol especialmente espectacular, con la salida de la luna llena en el horizonte; también es increíble lo rápidas que bajan las temperaturas, casi puedes notar en tu cuerpo el descenso grado a grado, creo que en un hora ha podido descender unos 15 grados, porque 90 minutos antes se estaba bien al sol, y ahora la temperatura está seguro por debajo de cero grados; lo comprobaremos a la mañana siguiente cuando al ir a los grifos a lavarnos, estos no echan ni gota de agua, ¡está congelada!. El guía parece no tener prisa para comenzar el recorrido al refugio de Kibo, al llegar sabremos por qué. El resto del grupo se queda hoy en este refugio para aclimatarse a la altitud y afrontar la subida con más garantías.

Enck y yo comenzamos a caminar sin esperar a los porteadores, el paisaje ha vuelto a cambiar, ha desaparecido toda la vegetación y nos encontramos en un páramo desértico totalmente pedregoso, con una tierra obscura sin ninguna duda de origen volcánico. Empezamos a notar la altitud y un viento helado bastante molesto supone una dificultad adicional; para no enfriarnos imprimimos un fuerte ritmo de marcha, y, como el día anterior, llegamos al refugio de Kibo con bastante antelación; desde mucho antes de llegar se ve porque tiene un tejado de cinc que refulge con el sol; es un refugio de piedra, no de madera como los otros, y sólo tiene dormitorios comunes, sin ningún tipo de agua, está situado a 4.700 metros y el entorno es totalmente árido, con enormes rocas y la vista del monte Mawenzi a un lado y por otro la impresionante pared vertical de casi 1000 metros que tendremos que subir esta noche; el cuerpo empieza a resentirse de la altitud, y lamento haber subido tan rápido, porque empiezo a sentirme mal; debe ser algo habitual, porque la razón de que el guía no tuviera prisa por ascender era porque hasta medio día están limpiando el refugio de las vomitonas de la noche anterior de gente que no ha podido aguantar hasta la salida. Cenamos muy temprano, a las 5, porque el ascenso va a comenzar a medianoche; las molestias van en aumento y al acabar de cenar tengo que salir corriendo a vomitar, por suerte puedo llegar hasta el exterior del refugio; la temperatura es ya muy fría y pienso que si aquí hay unos -5º, en la cima debe ser una nevera; unos suecos que han hecho la ascensión la noche anterior me comentan que su termómetro marcaba -20º y que habían pasado mucho frío; pienso que si los suecos, acostumbrados a las bajas temperaturas de su país, han tenido mucho frío, yo, españolito meridional, me voy a quedar pajarito, pero no es momento para lamentaciones, la cima esta ahí, a un paso, y no nos vamos a rajar ahora; me acuesto con el deseo de que el mal de altura se me pase. Las pocas horas de sueño transcurren en un duermevela por las molestias, y cuando nos levantan a medianoche, nos dicen que varias personas han tenido que bajar al refugio anterior porque se encontraban muy mal; intento desayunar el té con galletas que nos ofrecen, pero mi cuerpo los rechaza de plano y tengo que salir a vomitar otra vez; vaya, me tengo que comer "con patatitas" lo de que no iba a ser tan difícil.

Me pongo todas las capas de ropa posibles, parezco el muñeco Michelin, pero no estoy dispuesto a quedarme tieso allí arriba; la luna llena tiene un tamaño que a mí me parece el doble del habitual, a lo mejor es que estamos tan cerca del cielo que nos encontramos arriba a San Pedro con su manojo de llaves; dicen que la razón de comenzar la subida a medianoche es porque así se ve amanecer desde la cima, pero creo que las razones reales son menos románticas y estéticas, porque la pista de ceniza que nos toca subir está ahora congelada por el frío, mientras que durante el día es tan blanda como la arena de la playa y haría el ascenso doblemente cansado; además el hecho de no ver la pendiente casi vertical que acometemos evita el vértigo; está todo muy estudiado, excepto los efectos de la altura sobre tu organismo, ya que una vez más empiezo a vomitar a pesar de no haber comido nada, y me duele el pecho mucho; empiezo a pensar en la retirada, el frío es muy intenso y si te paras para descansar te penetra hasta el tuétano, así que no puedes casi caminar ni quedarte quieto, ¡menudo plan!. Le digo al guía la palabra mágica del Kili "Pole Pole Sana", que significa "Despacio, Despacio", y seguimos el ascenso en un continuo zigzag para amortiguar la pendiente. Al levantar la vista se ven las luces de los que nos preceden como si fueran luciérnagas con sus linternas frontales de minero. Realmente no son necesarias porque la luz de la luna es muy fuerte y se ve muy bien

Empiezo a recuperarme y sentirme mejor, y es cuando Enck empieza a vomitar sin parar, nos detenemos en una pequeña gruta a unos 5.500 metros y el guía nos hunde en la miseria cuando se enciende tranquilamente un cigarrillo; Enck y yo nos miramos y nos dan ganas de estrangularlo; un gesto tan nimio como encender un pitillo en ese momento se convierte en un reto y tiene una carga psicológica tan profunda que puede hundirte de todo o darte fuerzas renovadas, cosa que nos sucede a Enck y a mí, en ese orden, ya que Enck decide abandonar al llegar al Gillman`s point, situado a 5.685m en el borde del cráter, cuando ya empieza a despuntar el alba. Intento convencerle de que sólo quedan 200 metros de desnivel, y que igual que yo me he recuperado el también lo hará, pero su aspecto es bastante malo, y decido no insistir. Nos quedamos Tony, el guía, y yo solos ante el peligro, y me digo que si fumara aún le pediría un pitillo, pero no fumo y tampoco pienso tentar al diablo. Me muero de sed, pero el agua de la cantimplora está helada, luego la gente con más experiencia me dirá que hay que ponerla entre las ropas para que conserve calor y no se hiele, la pena es no haber oído el consejo antes.

El sol sale por el horizonte con una fuerza arrolladora, inundando en segundos todo con una luz amarilla que le da una perspectiva totalmente nueva a la montaña; se empiezan a distinguir con toda claridad los inmensos glaciares que van a jalonar nuestro último esfuerzo hasta la cima; la luz del sol refulge de tal manera sobre las paredes heladas que uno no se extraña de que los africanos creyeran que la cima estaba cubierta de plata; aunque sigue haciendo mucho frío, la sensación es muy agradable porque parece que en un rato podrás ponerte en pantalón corto, tal es la fuerza e intensidad del astro rey; uno piensa que de un momento a otro se pueden desmoronar las paredes verticales de los glaciares de 100 m de alto, ofreciendo un espectáculo único e irrepetible; no es así y nos limitamos a caminar el último trecho sobre el hielo, con nuestro corazón percutiendo a toda velocidad no tanto por el cansancio acumulado como por la emoción de llegar a la cima de África, de haber vencido al njaro, el demonio productor del frío. Atrás quedan todos los pensamientos derrotistas y los momentos de flaqueza, hagamos con ellos un curruncho y arrojémoslo a la basura. A las 7 de la mañana llegamos a la cima, marcada con un monolito que dice "Usted está en el Uhuru peak, el punto más alto de África, 5895 m", donde nos hacemos una foto Tony y yo. Me alejo unos metros porque en la cima hay gente que sólo sabe expresar su alegría montando un escándalo enorme en vez de disfrutar en silencio del enorme regalo que nos ha hecho la naturaleza al permitirnos estar allí. En la lejanía veo recortarse la silueta del monte Meru, que al lado del Kili parece una pequeña colina.

Durante el regreso al refugio me empiezo a quitar las múltiples capas de ropa, ya que 3 camisetas, 1 sudadera, 1 forro polar y un chaquetón son ahora excesivos. Voy disfrutando tranquilamente del paisaje que antes no pude ver, y que ahora se me antoja tan maravilloso que me apena que Enck no haya podido llegar hasta el final; cuando llegamos a la pared vertical de ceniza, me percato del enorme desnivel que hemos superado unas horas antes; comenzamos a descender con precaución, el guía me mira y empieza a bajar corriendo la pendiente en vertical, hundiéndose en la ceniza hasta la rodilla, que sirve de freno; intento imitarle y al cabo de un rato descubro que es como esquiar sin esquíes, así que nos lanzamos los 2 a tumba abierta pendiente abajo levantando polvo; me caigo 2 veces de culo y una de frente, pero como ahora la ceniza está muy blanda por el calor, no hay ningún problema; el resultado es que bajamos en 15 minutos lo que nos llevó 6 horas y un montón de esfuerzos subir, que paradoja, nos pasamos la vida haciendo cosas inútiles para satisfacer nuestro ego, cuando esa energía bien redirigida podría hacer tantas labores provechosas, pero bueno como dice el lema olímpico "más alto, mas lejos, más fuerte", lo llevamos en la sangre y no lo podemos evitar. Al llegar al refugio parece un hospital de convalecientes, mucha gente está acostada porque se han retirado o sencillamente no han subido por el mal de altura; hay varias vomitonas en el pasillo de gente que no ha podido llegar hasta afuera, y Enck está acostado intentando recuperarse; le digo que lo mejor que podemos hacer es bajar cuanto antes, el mal de altura sólo se pasa descendiendo, así que se viste y comenzamos la bajada; 2 horas después estamos en Horombo, y el malestar ha pasado. Son las 12 del mediodía y ya hemos caminado 10 horas, ¡hay que ver como cunden algunos días!. La bajada kamikaze de la pista ha introducido polvo hasta en el último poro de mi piel, por lo que vuelvo a darme un baño de inmersión en el riachuelo. Me encuentro con el grupo de vascos, unos 10, que llegan también de la cima, han hecho cumbre todos, supongo que son del mismo Bilbao. El refugio lo compartimos con una pareja alemana que está de subida, y sólo les doy un consejo: "Pole Pole Sana".

Nos levantamos muy temprano porque quiero hacer la bajada muy pronto para ver la posibilidad de adelantar mi vuelo a Zanzíbar, previsto para 2 días después, para el mismo día, presiento que va a ser un sitio perfecto para descansar de toda la carga acumulada de 3 semanas sin respiro. Bajamos en 2 horas de Horombo a Mandara, paramos 5 minutos y seguimos, atravesamos el mar de nubes, y empieza a llover; aún así llego a la entrada del parque a las 10h30, soy el primero en hacer el descenso y el de la recepción se queda un poco extrañado, pero nuestro guía le confirma que sí, que hemos llegado a la cima y que nos extienda el diploma de cumbre; escribo varias postales allí mismo para contar mi hazaña, y cogemos el shuttle para ir a Moshi, después de despedirnos de Tony y los porteadores. El recorrido a Moshi lo hacemos en un suspiro, y cuando llegamos a la agencia, nos regalan una camiseta bastante horrorosa, pero que dice: "Yo he subido a la cima del Kilimanjaro"; para presumir vendrá bien. Me confirman en la agencia que han podido cambiar el vuelo para Zanzíbar para el día siguiente, y eso me produce una alegría enorme. Enck parte al día siguiente para un safari fotográfico, y le pido una foto de un león si lo llega a ver, ya que es el único animal que no he visto, y en Zanzíbar no creo que haya. Quedamos a cenar en su hotel, una cena normal, pero que después de los precarios menús del Kili de los últimos días se nos antoja manjar de dioses.

Aunque mi vuelo es a las 15h, el conductor va a recogerme a las 10h porque tiene que llevar a un grupo de gente al aeropuerto, a sólo 50 km. de Moshi, pero la carretera está en obras de ampliación, y tanto la maquinaria como los vehículos que van en los 2 sentidos no se detienen en ningún momento, pasan levantado una nube de polvo que impide ver nada; lo paso bastante mal, pero el chofer se ríe y va cantando canciones africanas, así que decido olvidarme del tema y yo también me pongo a cantar. A las 11h30 llegamos al aeropuerto y me sorprendo bastante, porque es grande, está limpio, tiene zona de tiendas y cafetería e incluso aire acondicionado. Facturo mi equipaje y leo un rato mientras me pregunto el tipo de avión que será el que nos lleve a Zanzíbar; cuando aparece y hacemos el embarque, me doy cuenta de que no me han revisado el equipaje de mano, podría llevar cualquier cosa que nadie se habría enterado; como dicen en África, "akuna matata". El avión es de la compañía Air Precission, y su logotipo es un precioso antílope dando un salto; es un turbohélice Cessna de unas 50 plazas, que va casi lleno, y la tripulación es muy amable, hablan inglés con ese acento africano tan colorista; nada más despegar, pasamos a corta distancia del Kili, y me recuerda que el día anterior estaba por allí arriba; el viaje es muy agradable y 1 hora más tarde aterrizamos en el aeropuerto de Zanzíbar entre palmeras de todos los tamaños.
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