Trotamundos.
Viajar no es tan sólo moverse en el espacio. Más que eso, es acomodar el espíritu, predisponer el alma y aprender de nuevo. Ortega y Gasset

África será siempre la de la época de los mapas de la era victoriana, el inexplorado continente vacío con la forma de un corazón humano

Graham Greene

La web para los que viajan sin prisa
África en el Corazón

El tren Lunático de Monbasa a Nairobi

Acomodado en mi compartimento de primera clase del tren, suspiro aliviado por haber llegado justo a tiempo, porque el tren hace su salida a la hora exacta, renqueando con su máquina de tiempos coloniales. Recorreremos los 600 km. que separan Mombasa de Nairobi en unas 12 horas, atravesando sabanas, junglas y desiertos a un ritmo lento pero constante. Con un poco de suerte podremos ver todo tipo de fieras salvajes después del amanecer. El tren atraviesa el puente de hierro que une Mombasa con el continente, con un crujido casi humano como si todas sus articulaciones se resintieran de los muchos años que han soportado el peso de los vetustos trenes. Con todo, uno se maravilla de cómo los británicos eran capaces de reproducir su estilo de vida con el menor detalle allá donde fueran, la India o Africa, Australia o Hong Kong. Las 3 clases, 4 en el pasado, ya que se podía viajar en el techo, separan suficientemente los grupos étnicos, ya que en tercera sólo hay bancos corridos de madera, en segunda los compartimentos son de 6 literas, y en primera se comparte con otra persona; el vagón comedor es totalmente colonial, forrado de madera, con ventiladores en el techo, y pequeñas lámparas que iluminan las mesas; los cubiertos son un compendio de la historia del ferrocarril en África Oriental, ya que están grabadas las iniciales de los diferentes nombres que ha tenido a lo largo de su historia, East Africa Railways, Uganda Railways, Kenya Railways, etcétera.

Los camareros se ven incómodos en sus uniformes blancos de cuello cerrado; después de las sensaciones gustativas de los últimos días en Zanzíbar, todo sabe insípido y el estilo pretendidamente continental de la cena parece fuera de lugar, añoro un pescado al curry con leche de coco; el café en cambio es muy bueno, y eso me hace recordar que en Tanzania me fue imposible tomar un café que no fuera soluble, deben exportar prácticamente toda la producción para obtener divisas; una de las cosas que también me sorprendió en Zanzíbar es la planta de la piña, que tarda 12 semanas en producir una sola piña, que luego compramos enlatada en su propio jugo o natural por poco más de 100 pesetas, y uno se pregunta cuanto cobrará de ese dinero el productor en su lugar de origen para que una vez sumados los costes de transformación y transporte y los márgenes de al menos 6 ó 7 intermediarios nos cueste esas 100 pesetas. Sea lo que sea, seguro que es muy poco, típica herencia del sistema colonial de obtener las materias primas a precios mínimos para devolver los productos elaborados, eso sí, a precios europeos. Cuando leemos en los periódicos las enormes sumas de deuda externa de estos países podremos entender un poco mejor a que uso va parte de ese dinero.

Regreso al compartimento mientras atravesamos el desierto de Taru, un lugar inhóspito en que uno desearía no perderse y que agradece atravesar en el caballo de hierro. No tuvieron la misma suerte muchos expedicionarios que perecieron en manos de los Masai, dueños de estas tierras, o diezmados por la mosca tse-tsé, por lo que muchas caravanas se desviaban al sur, por la ruta de Tabora, a pesar de rodear varios cientos de kilómetros. La primera expedición europea que logró atravesar la zona para llegar a los grandes lagos lo hizo en 1883, seguida de otras que decidieron el trazado del ferrocarril a finales de siglo. Rápidamente se desarrollaron las zonas que atravesaría el tren, destacando una pequeña aldea de pastores que con el tiempo se convertiría en la capital de Kenya, Nairobi, la desmesurada metrópoli que hoy conocemos. Dejamos atrás el desierto de Taru, evitando las zonas más altas y montañosas con continuos quiebros del terreno, y penetramos en el parque natural de Tsavo, el más grande de kenya y sin duda uno de los más grandes de África.
Desde la protección de nuestro tren, pero a una velocidad suficientemente lenta para apreciar su belleza en detalle, observamos las manadas de antílopes y cebras que corretean levantando nubes de polvo, acostumbradas al paso del tren e ignorándolo totalmente, aunque no quedan tan lejos los tiempos en que los cazadores se apostaban en el parte frontal del tren con sus rifles disparando a todo bicho viviente sin preocupaciones ecológicas; los únicos disparos que se oían ahora eran los de las cámaras fotográficas, que hacían correr sus carretes sin descanso ante el espectáculo; un poco más tarde, cerca del río Tsavo que cruza el parque, asoma en el horizonte la masa pétrea del Kili, con su corona de plata que me recuerda que hace sólo una semana estaba en su cima sintiéndome amo del mundo. El tiempo en África tiene una medida diferente a la que estamos acostumbrados; hay momentos en que se detiene, congelado en su devenir, hasta que algún dios se da cuenta, y con un movimiento de su muñeca, lo agita y vuelve a ponerlo en marcha; en cambio hay momentos en que va todo tan rápido que necesitas tiempo extra para poder digerir todo lo que percibes, en un círculo vicioso que le pide más tiempo al tiempo; quizás por ello este libro se escriba 10 meses después de mi viaje por África, las distintas piezas de mi rompecabezas africano han necesitado este período para ponerse en su sitio y dejarme ver claramente la imagen completa para intentar transmitirla.

El sobrenombre de tren lunático viene dado por lo descabellado de construir una línea ferroviaria entre el lago Victoria y el océano Índico con la tecnología existente a finales del siglo pasado; una de la razones principales para su construcción no era nada romántica, si no que obedecía a la necesidad de transportar tropas en pocos días desde la costa en caso de revueltas en Uganda, en vez de los meses y desgaste que conllevaría su transporte por tierra; con todo, su aprobación en 1893 generó agrios debates en Londres entre los que defendían su construcción y los que, con razón, argüían que su coste real sería muy superior al presupuestado. El bajo concepto que tenían los británicos de los nativos como trabajadores, hizo tomar la decisión de importar coolies indios, miembros de las castas más bajas, que en una cifra superior a 15.000 fueron traídos desde la India en los más de 6 años que duró su construcción. En el camino se quedaron más de 2.400 hombres, que fallecieron por enfermedades, accidentes y ataques de fieras salvajes. El coste supero los 5 millones de libras, el doble de lo presupuestado. Conocer estos datos le ponen a uno los pelos de punta al saber los sacrificios que se han tenido que hacer para que te deslices por los raíles sentado cómodamente en tu asiento de primera clase.

De todas las calamidades sufridas en la construcción de la vía, la única que estuvo a punto de detenerla totalmente fue la aparición de los leones devoradores de hombres, que una vez probaron la carne de coolie decidieron que ese sería su desayuno todas las mañanas, sembrando el pánico entre los trabajadores que les atribuían poderes diabólicos. El relato de su persecución y abatimiento se narra en el libro "los devoradores de hombres de Tsavo", de Patterson, coronel del ejército británico encargado de la construcción de un puente sobre el río Tsavo. Los 2 leones del relato habían ya devorado 10 trabajadores cuando estos fueron a la huelga y decidieron no trabajar más hasta que fueran abatidos, lo que Patterson consiguió después de varias noches apostado sobre un andamio, en el caso del primer león, y desde un árbol el segundo, al que tuvo que trepar cuando aún después de varios disparos que le acertaron el león cargó sobre él. Este libro ha servido como base a la película "Los demonios de la noche".

Cuando dejamos Tsavo aparecen las llamadas Tierras Altas, pobladas de plantaciones de piñas y café, que se pierden en la lejanía; la luz de la mañana es muy fuerte y penetra por todos los resquicios del tren; un desayuno continental, con cuchara de la KR, pone nuestro reloj en marcha poco antes de penetrar en los barrios marginales de Nairobi, donde se amontonan las cabañas en una ordenación caprichosa y cuyos habitantes nos saludan con sus manos al paso del tren; como en todas las grandes ciudades, pero aquí quizás acrecentado por el crecimiento desmesurado de Nairobi, el cinturón de marginalidad sirve como recordatorio de que "no es oro todo lo que reluce". Renqueando, nuestro tren lunático llega a la estación central de Nairobi, 12 horas y 600 km. desde nuestra salida de Mombasa, que nos han servido para apreciar toda la miseria y grandeza de este país que se despereza lentamente buscando su propio destino al margen de los de grandeza de tantos de sus dirigentes

Con mis últimas monedas en la mano, me dirijo a un taxista que parece lo suficientemente flexible para negociar una tarifa de transporte al aeropuerto que es la tercera parte de la oficial; le enseño mis pocas monedas y le digo que es lo que hay, me mira con indolencia y dice la frase mágica "akuna matata", y nos subimos al taxi. Un gesto de generosidad por su parte que me termina de convencer de que en este país todo es negociable y siempre se puede llegar a un acuerdo satisfactorio para todas las partes. Con el deseo de que no cambien ciertos modos de vida, me despido del taxista, y al facturar mi equipaje a Madrid, me despido también de África, pero sé que no es un adiós, será un hasta pronto, África ha penetrado de tal manera en mi corazón que no podría pasar demasiado tiempo sin volver a verla, ¡se me rompería!.

Como colofón a este viaje, a modo de reflexión, hay una frase de Graham Greene que dice "África será siempre la de la época de los mapas de la era victoriana, el inexplorado continente vacío con la forma de un corazón humano"; para mí esto define perfectamente la sensación que tienes en África; aunque sepas que antes que tú millones de personas la han visitado y viajado por ella, esa Naturaleza te apabulla, te envuelve y te hace sentir como si fueras parte de ella, y ella parte de tí como algo indisoluble. El Mal de África está dentro de tí y nada ni nadie podrá arrancártelo.

Me gustaría terminar con unos proverbios Kikuyus oídos en Kenya, y que dicen bastante de la sabiduría popular en África:
Las mujeres y el cielo no son comprensibles.

El hombre es la cabeza de la casa, la mujer es el corazón.

La ley de los peces: el grande se come al chico.

Una vieja cabra no bala sin sentido (los viejos son sabios)

Una mujer cuyos hijos han muerto es más rica que una mujer estéril

Un amigo no es el que va a tus fiestas, sino el que te ayuda a construir tu casa
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